Era fines de los '80 en Jadaidah, Aamed, de un alto rango ciudadano y con grandes extensiones de tierras, llama a su hijo Nashim y le dice:
-hijo, ya tienes la edad que obliga a construir el monumento de tus posesiones: tierras, oro, camellos, hijos, perro y mujer
El joven tiene la cabeza inclinada hacia adelante, pero sus ojos miran atentamente la boca de su barbado interlocutor.
Observado que fue -por el padre- que el joven no asintía, le fue dicho:
-debes ir hacia Labkah que no queda ni a 145 kilómetros, enfrentarte al anciano Abbán y expulsarlo de esas tierras pues
a su edad no puede ni cultivar ni cuidar animales. Además, si alguna de sus hijas cuenta con la puberta edad, traéla como
segunda esposa, pues la primera ya la convine con Basim que ya me ha adelantado la dote.
El joven tiene aún una postura estática, como atado por la sorpresa, está en el umbral que divide los sueños de la realidad.
-ve Nashim, obedece a tu padre
Acto seguido el joven parte con dos camellos hacia el destino.
Unas siete horas más tarde, llega al poblado Labkah.
Pregunta a unos hombres que apilan espigas de trigo el paradero del anciano Abbán y sabido, allí se dirige.
Cuando llega a la humilde casa de adobe, bajo un guardapatio, un anciano está rodeado de una veintena de niños,
todos escuchan atentos y de vez en cuando ríen y aplauden.
El joven Nashim se acerca y pretende hablar con el anciano; éste con un sencillo pero amable ademán le indica al joven
que se siente y escuche sus historias.
No son historias fantásticas, sino simples, de hombres, mujeres y niños simples, que vivían felices aún cuando sus
necesidades no estaban del todo satisfechas. Esas gentes, amadas por Alá y amantes de éste, habían estudiado los cielos,
la tierra, los cursos de agua, los animales, las plantas, los vientos y los habían dispuesto a su favor, para su progreso y evolución.
Nashim se sintió agradecido de estar siendo testigo de aquellos relatos.
El anciano, en un momento dado, dijo:
-oigamos al joven viajero que ha querido decirme algo desde que llegó
El joven tartamudeando le pregunta:
-es usted feliz, ya anciano, sin poder cultivar ni cuidar animales?
El anciano responde:
-cómo no serlo si puedo dar testimonio de nuestro pasado a estos niños que pronto tendrán como tú, tantas cuestiones
que resol...
Nashim, acota interrumpiendo:
-puede o no cultivar y cuidar animales?
y recibe por respuesta:
-tanto como tú consumar una injusticia
El joven enmudeció, ya no pudo cumplir con el mandato de su padre. Mandato que sin mencionarlo, el anciano había
revelado como injusto
Hubo unos instantes de silencio, pero pareció la eternidad
El anciano se levantó y con otro ademán sencillo pero amable indicó al joven que le siguiera.
-buen hombre, que ya has cumplido parte de tu tortuosa tarea, como pretendes posesiones sin esfuerzo, sin regar
un palmo de tierra con tu sudor...
Nashim responde: -mi padre me lo ha ordenado
El anciano entonces sonríe y finaliza diciendo:
-he allí el que tiene las posesiones suficientes para tu felicidad. Ve y dile que el viejo y humilde Abbán sabe que no
tendrá tiempo suficiente de vida como para agotar sus bienes, entonces, bien que puede darte a ti cuanto necesitas.
Una hjistoria para reflexionar te mando un beso
ResponderEliminarAuténtica sabiduría. Me gusta cómo has captado el relato oriental. Tus prosas, como tus poemas...
ResponderEliminarMuy interesante.
ResponderEliminarUn abrazo.
gracias amigo y perdona mi tardanza estoy ya levantada pero llevo unos dias de la vacuna en cama
ResponderEliminarbesos